El cajón de los diamantes.

Él la besa, la besa como si no hubiera un mañana, como si sus labios fueran la única causa de su existencia. Casi pueden hablar con cada beso, conectan, los sentimientos fluyen, cada beso una frase sin acabar, cierran los ojos porque creen que es un sueño. Se convierten en ciegos, mudos, sordos, pero es increible como se comunican, como se entienden. Abren los ojos, se miran, como aquellos padres orgulloso por un logro de su hijo, con una mirada tan profunda que pueden ver los pensamientos de la otra persona, como diciendo, "es esta la persona que quiero, es ella y nadie más, la amo con todas mis fuerzas". Ella se apoya en su pecho, traduciendo el lenguaje más puro que hay, el del corazón. Se siente como en casa, segura, capaz de todo, en paz. El la acaricia el pelo, lo acaricia como aquel que recoge arena fina de mar, deja que se deslice por sus dedos, entonces le da un beso en la cabeza, asegurando lo que ella siente, creando más seguridad. Al fin y al cabo el verdadero amor se basa en la seguridad. Una mirada, una caricia, un beso inesperado, un abrazo tierno, vale mucho más que unas botas, un abrigo de los más caros, un coche de diseño único. Las cosas materiales bajan de precio, el mundo en el que vivimos las muestras de humanidad, de cariño se están perdiendo, pero los pequeños detalles, las muestras de cariño son capaces de superar las barreras del valor incalculable. Salvemos a las personas así en vez de destruirlas, protegámoslos. Salvemos el mundo. Pero ella le sumió en un profundo sueño. Ese chico se sintió como aquel diamante que pierde esa luz tan maravillosa, aquella que encantaba a la gente, perdió luz, perdió brillo, y ese diamante se rompió. Ella había olvidado aquellos besos, aquellos abrazos, esas caricias, esas miradas, esas flores. Se camufló en una rutina. Aquella "llama del amor" la dejaba apagarse sin un motivo, se sumió en un "yo también" repetitivo. Él luchó, pero esa llama es para dos. Para él ella seguía siendo su diamante, quería contarle al mundo entero todo lo que él la amaba, quería tantas cosas para ella. Pero ella no creía en el amor, pensó que era un juego, un "yo también". Él se cansó, pero todavía, tan inocente, lo daba todo por ella. Empezaron las discusiones, empezaron a hacerse daño, pero aun así se querían. Se dieron oportunidades, pero una llama apagada no se puede volver a encender, cada llama es única y esta lo era. Cada vez él se hundía más y más, tenía el corazón reventado, sin fuerzas, no comía, lloraba, lloraba como aquel que sabe que está perdiendo algo y no puede detenerlo, aunque luche sabe cual es el final, tarde o temprano todo se acabaría. Se sumergió en su mundo, ese chico nunca entendió nada, el corazón se le paró, su motor no funcionaba, pero no se rendía, si se enamoró tan perdidamente lucharía solo pero encendería esa llama, la buscaría entre el humo de esa vela. Volvieron a discutir una última vez. El chico quería ver cambios, entender que pasa, por qué ocurre todo eso, pero era tarde. Aquel juego de aquella mujer tocaba a su fin. Él no sabía que iba a ser la última vez que la vería, que la escucharía. Tras un largo diálogo, ella dijo "me tengo que ir", él se quedó frío, algo había muerto en él, ella se iba a ir y el no podía hacer nada. Sin fuerzas, con lágrimas cayendo por su rostro le dijo "no te vayas por favor" en ese momento ella dio la vuelta y caminó de frente, se fue y el veía, impotente, como se marchaba. A pesar de eso el chico aún tenía esperanzas de que algún día volvería por aquel camino, y volverían a mirarse, abrazarse, besarse, pero nunca volvería, ese camino quedó cerrado, para siempre en su memoria.



Fdo. Cuervo Blanco

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