En reserva

 A veces es normal quedarse sin gasolina, a veces es necesario conocer realmente qué hay en la reserva de nuestra alma. Recuerdo llegar a este mundo con más miedo que sueños, de hecho llegué con tanto miedo que mi corazón dejó de latir… Pero eso me enseñó que vine a este mundo a luchar. Sabía que iba a ser difícil pero a cada reto, a cada dificultad, a cada revés, me hacía más grande pero también me dejaban de importar ciertas cosas, y es cuando empecé a dar prioridad a mi paz mental y a cuidar de uno mismo. 


Pasé de vivir en un castillo de arena a un castillo de piedra. De vez en cuando dejaba que lo visitaran personas que valoraban lo que había dentro, a veces acertaba con los invitados… otras veces dolía. ¿Cómo se siente un Rey cuando enseña sus patios interiores, sus túneles más profundos y es traicionado? ¿Cómo se debería sentir si das un banquete a esos invitados y al dejarles pasar observan los puntos débiles de la muralla? Entonces un día el Rey se cansó y dejó de invitar a personas, fue tanto el dolor que mandó destruir las puertas y hacerlas parte de la muralla. Jamás dejaría que nada ni nadie conociera lo que allí ocurría. Pero el Rey, aún teniendo doctores, comida para siglos, todo, empezó a enfermar. 



Unos dicen que murió de aburrimiento, otros dicen que el hielo que había en su corazón lo detuvo, pero lo que mató a este Rey fue el amor, de hecho, la carencia de amor. Odiaba a quienes le habían hecho daño, odiaba la sensación de sentirse débil, usado o traicionado. Pero la realidad era que se odiaba a sí mismo. Por ser tan patético de dejar que unos pocos le hicieran daño. En realidad él era su peor enemigo y su peor crítico. En el lecho de muerte, escribió una palabras: “Ahora entiendo lo que es la verdadera fortaleza, no es tener la muralla más rocosa y fuerte. La verdadera fortaleza es ser capaz de entender que a pesar de que a veces intenten destruirnos desde dentro, nosotros somos quienes decidimos si eso nos afectará. 



Nunca deberíamos cerrar las puertas por el dolor de una traición, porque cuando la traición se va, por la puerta entra la esperanza, los refuerzos, las personas que de verdad nos quieren. Una fortaleza fuerte es aquella que esconde tras sus muros los puntos fuertes y exhibe en cuadros sus puntos débiles. Ahora lo entiendo. No hay mayor fuerza que la del amor, tanto de uno mismo como el de un amigo leal. Por eso, destruyan la muralla y abran una puerta, dejen entrar a quienes me aman y a quienes me odian díganles que los perdono, que la guerra ha de cesar y que busco una paz que me deje dormir en un sueño profundo y mortífero.”


¿Quién no se ha sentido así alguna vez? ¿Cuántas veces ponemos una coraza en nuestro corazón por miedo a que lo hagan daño? Pero es curioso cuando nuestro cerebro no para de inyectar palabras dolorosas a modo de veneno en las arterias que van a nuestro motor. Y el corazón con una gran coraza, acaba enfermo. 

¿Y si por un momento olvidáramos el orgullo herido? ¿Dejáramos a un lado una mala acción de un amigo hacia nosotros? ¿Y si al buscar la paz, sanáramos de una vez? 

Tal vez todo sería más fácil si entrenáramos al corazón para hacerlo tan fuerte que hasta los golpes más duros se sintieran como cosquillas. 

Tal vez si educáramos a nuestro cerebro sería capaz de dejar de verter al río rojo esas palabras que enferman al corazón. 


Tal vez la valentía no sea esconderse en tras una muralla, si no exhibir cada lágrima como si una gota del oro más puro se tratara. Cada lágrima derramaba, cada palabra no ocultada, son señales de que la puerta sigue abierta. Son señales de que somos tan fuertes que no nos importa si conocen quienes somos, gente que ama con el corazón, gente que ama con la mente, gente que perdona con ambas, gente que vive con el alma en la boca, gente de verdad. 


Vinimos a este mundo a cambiarlo. Da igual la colección de puñales que alberga nuestra espalda, ni las pintadas a modo de cicatrices que han dejado en las paredes del corazón aquellos que lo visitaron. Da igual los litros de agua salada que hayan salido de nuestros ojos, aunque hubiéramos llenado el océano atlántico, cambiaremos las cosas. 


Ya no hay gasolina, estamos en reserva, y mientras buscamos donde repostar, vivimos con la tranquilidad de saber qué tenemos en nuestro depósito, los posos de un alma que busca por todos los medios brillar y subir las montañas más altas, las carreteras más duras y las estaciones más difíciles. 


Y si se me agota la reserva, tal vez deba cambiar el vehículo y seguir a pie, pisando fuerte, atravesando cualquier tipo de terreno, hasta llegar a mi objetivo. Mi mejor versión.



Firmado Cuervo Blanco


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