Vacío oculto (Parte 1)

Desterrado, humillado, pisoteado, una vez más en tirado en la calzada, pero dicen que me debería de acostumbrar... pero la verdad es que estoy sangrando y nadie acude a la ayuda, veo pasar de largo a todos aquellos que me llamaron "hermano" alguna vez, me asusta ese momento. Echando la vista atrás, atrás quedan esos años de gloria. Por mucho que une brille, el brillo es una moda pasajera. Vivimos en una sociedad de plástico, donde nos utilizan, nos hacen creer especiales, nos hacen creer que nos aman, nos ilusionan, hacen que uno abra sus muros a ese gran caballo de Troya, hasta que se cansan de su juguete, y lo abandonan en un lugar tan lúgubre y triste del que le hacen creer que nunca podrá salir de ahí.
El problema está en llamar hermanos a desconocidos. Dicen que hay personas que pasan por tu vida, como ese coche en paralelo, pero yo nunca lo entendí, nunca entendí porque hay personas que frenan, o que aceleran para quitarse del medio, nunca entendí porque hay personas que pasan por tu vida, pero nunca se quedan, y nadie me da las respuestas, parece que volvemos a ser víctimas de los titiriteros, y aquí me encuentro a mil kilómetros de mi hogar, lamentando el ser tan estúpidamente humano, cayendo en las estúpidas habladurías de este mundo, en el que nos enseñan una y otra vez, que los buenos serán destruidos. Hundido me levanto e intento avanzar hacia un pueblo que está a varias horas andando, los coches no paran a socorrerme, nadie. Llego a un pueblo donde hay una gran muchedumbre, y grito ayuda, pues había perdido mucha sangre, nadie me escucha, me desplomo en medio de todos ellos, y lo último que escucho antes de perder el conocimiento es una risa despreocupada en una conversación, en ese momento supe que ya no me quedaba nadie, estaba solo, profundamente solo. En ese momento empiezo a soñar, un mundo paralelo en el que me veo tirado pidiendo ayuda y también estoy ahí de pie ofreciéndome ayuda.
Cuando despierto, estoy en un callejón oscuro junto a un contenedor, pero mis heridas, estaban sanadas cubiertas con una enorme venda puesta de mala manera y con la marca de sangre. Me tuve que acostumbrar a vivir en la calle, por tanto me hice con varias mantas rotas y malolientes, mientras buscaba comida. La noche no es lugar para los santos inocentes, eso era lo que me repetía una y otra vez, dejando que el miedo se apoderara de mi cuerpo, paralizando y agrietando mis huesos. Necesitaba dinero, necesitaba volver a mi hogar, pero estaba tan perdido... La gente me miraba con desprecio, algunos me escupían, esos mismos que luego se harían pasar por personas humildes, donando dinero a grandes ONGs mientras conducen sus coches valorados en trescientas mil vidas. Me echaban de todos los lugares, las plazas, los callejones, los parques, no hallaba consuelo allá donde iba, no había nada ni nadie, solo me tenía a mi mismo... y estaba muerto mentalmente.
Cierto día, era de noche, volvía al callejón de siempre y me disponía a "cenar" de las cosas que la gente tiraba a la basura, comida caducada, cáscaras de fruta, incluso había ocasiones en las que comí hierba de un parque, porque a todo hombre si le arrebatas su humanidad, se vuelve animal. Esa noche una banda de chicos me robaron la comida para tirarla a la basura, infectada de malos olores y podredumbres, pero ojalá se hubiera quedado todo en eso, uno de ellos, empezó a darme patadas, mi estado era tan lamentable que un soplido fuerte podría hacer que me derrumbara, por tanto los demás se animaron a ese "juego" propinándome una leve paliza. Tirado boca abajo, sin fuerzas, sin ganas, rendido ante la vida, lejos de mi hogar, sin nadie a quien acudir. Tenía tanta hambre que en una hora conseguí ponerme en pie acercarme al contenedor donde los chicos tiraron mi cena y sin ningún tipo de pudor, empezar a comer como un desesperado. Y ahí estaba yo, tratando de sobrevivir, comiendo algo podrido y sucio, dentro de un contenedor de basura refugiándome del frío enero, "la noche no está hecha para los santos inocentes" resonaban en mi cabeza, taladrándome el cráneo, inyectándose en mi cerebro, apartando todos esos engranajes hasta llegar a la médula, un sistema de rearme.
Las cosas siempre cambian, tarde o temprano las personas buenas dejan de ser buenas, dejan de ser personas... Cojeando subo a un viejo edificio abandonado, un edificio que antaño fue la perla de la ciudad, el lugar más brillante de todos, del que ahora se encuentra en ruinas, llenas de bandas creando sus planes macabros y llenando esa perla de graffitis. Subí al lugar más alto de ese edificio, ignorando las miradas de odio de aquellas bandas, solo tenía un objetivo y no sabía cual era, pero seguí subiendo mientras todos esas hordas de enemigos me acompañaban a mis espaldas. El viento soplaba fuerte ahí arriba, notaba todas esas miradas, esa sed de sangre a mis espaldas, notaba esos rugidos, esas cadenas arrastrando por el suelo, ese bate dando golpes a los hierros, pero no tenía miedo, no tenía esperanza, no sentía nada, no había nada dentro de mí, como un océano seco era mi corazón, una vez más ahí estaba yo, podría ser la última vez que estuviera, me encontraba al borde, entre el vacío y el hormigón viejo. "La noche no está hecha para los santos inocentes" me dije por última vez, pensaba en todo aquello que había pasado, pensaba en la soledad, en mi estado, en mi querido hogar... pero había algo que estaba cambiando, una lucha interna, una guerra civil desde lo más profundo de mi ser. Una guerra entre esos demonios de la noche y mi bondad, mi herida y triturada bondad. Como un virus que ataca tu cuerpo, un virus inteligente, hecho para destruirte cuando te queda un aliento de vida, de esperanza, cuando te queda un aliento de ti. Este mundo me ha hecho creer que las personas buenas no van a ninguna parte, nacen, son perseguidos y mueren, mueren solos. En ese momento, en ese instante, reflexioné en lo que decía la gente, aquellos a los que llamé estúpidos por pensar eso, que en este mundo no hay que ser buena persona, vive y deja vivir, piensa en ti mismo, elige tu propio camino y deja al resto... Mientras pensaba aquellos chicos detrás mía, se impacientaron, se cansaron de insultarme para que me diera la vuelta, y se aproximaron a mí de una forma tan cruel y lenta, como si la muerte se hubiera vestido con sus cuerpos. Entonces miré abajo, todos tenemos miedo al vacío, pero si nunca has caído sobre él, si nunca has saltado desde las grandes alturas, me dije, que nunca podría tener miedo a algo que no conocía... Por tanto salté, sí, salté con todas mis fuerzas mientras mis enemigos me intentaron agarrar del tobillo, rozándolo con la yema de los dedos, hice un gran salto, buscando una salida a todo esto, sin miedo y con mucha desesperación. Dicen que había muerto, hablan tantas cosas... Pero la verdad es que ellos nunca vieron si caí, y yo nunca llegué a tocar el suelo... [Continuará]


Fdo. Cuervo Blanco



Comentarios

Entradas populares