Ladrona de recuerdos

Derrapando en la séptima curva camino al infierno, se paró un coche negro elegante, la puerta se abrió, unas zapatillas extremadamente blancas, vaqueros y chupa de cuero, una gran melena oscura, y la mismísima mirada de alguien que resurgió, era ella. Me miró y apartó la mirada enseguida, sus andares mostraban su chulería y pasotismo, como si no existiera en ese momento, normalmente me debería de haber dado un poco de asco, pero había algo en ella que estúpidamente me atrapó, amor-odio dicen. La conocí hace muchos años, grandes amigos pero pésimos amantes, mutuamente nos hicimos daño, para acabar tan separados que una niebla negra y robusta ocultaba el camino de ambos, para... ¿nunca volver a unirse?
La noche siguiente volviendo del trabajo su coche volvió a pasar por mi calle, como la noche anterior, derrapando como si la muerte estuviera de copiloto, y al verme volvió a parar en seco, se bajó, me miró y me tiró una tarjeta de un local de los suburbios de Madrid, en el reverso de la tarjeta estaba apuntada una hora, simplemente las 23:45.
Yo tenía una vida tranquila, un trabajo que me mantenía, familia, amigos, pero ese es el problema,todo tan tranquilo, en cierta parte ella me cautivó porque me recordaba a ese viejo yo, sin miedo a nada, con aires de chulería, con la muerte de acompañante, misteriosa y terriblemente punzante. Pero... ¿por qué complicarme la vida? Tal vez sea ella mi alma gemela como dicen, tal vez ella sea quien me esté salvando esta vez de las garras de la rutina, de las garras de una muerte lenta y aburrida, tal vez ella esté despertando lo que nunca debería haberse ido a dormir, sea lo que fuere, algo me decía que debía arriesgarme.
Eran las 23:40 y aquel sitio tan lúgubre incomodaba mi tranquilidad, la gente me miraba con mala cara, o pensaba eso debido a los nervios. Se escuchaba las risas de esos robustos hombres de barbas largas y cazadoras vaqueras rotas, el sonido al partir una bola de billar, los hielos de ese martini desgastado, "un gin-tonic por favor" susurré al barman, con lo que todos los de la barra se giraron hacia mí, ¿Qué momento más incómodo verdad? Se volvieron a girar mientras reían, pero ahí estaba yo, rodeado de extraños con mi gin-tonic. Eran ya las 00:20 y nadie aparecía por allí, pero yo seguía cono aquella interminable copa, dándole vueltas como si aquel líquido de un transparente espeso me fuera a revelar las respuestas a las preguntas que surgían en mi cabeza. Las 00:30 y parece que entra alguien al local, pisando fuerte y saludando a todos los de allí con un gesto significativo con la cabeza, llegó tarde y es algo que debería de haberme molestado, pero extrañamente mi causó gracia, pues yo siempre hacía esperar a la gente, curioso.
Nos tomamos una copa, charlamos del trabajo, de todo en general, todos estos años, el amor, la muerte, la vida, familiares, etc, sin novedades, decía, pero la veía tan cambiada... Una oveja vestida de loba, una loba terriblemente atractiva y aparentemente peligrosa. Mi corazón tan dormido se preguntaba con orgullo, "¿Quién osa perturbar la paz de este cansado corazón?" Pero esta vez era ella, sin pensarlo, preparó una emboscada, sin enterarme se infiltró en lo más profundo de mi ser destruyendo todo lo que pillaba a su paso, no tuvo piedad, como solo ella sabía que podía llegar a mí, descolocando todos mis sentidos, con la sorpresa. Tan ardua y tan inteligente, ¿merece la pena complicarse la vida por alguien que atravesó el infierno apagando ese fuego inagotable por mí? "Que le den al mundo, mi amor es real." Ese era su grito de guerra, en nombre del amor, portadora de mi pasado enterrado.
Quedamos para hablar pero esta vez en mi territorio, local tranquilo en el centro, donde poder charlar, de vuelta a mi gin-tonic, ella tan cubata, la gente la miraba como a una extraña, treinta minutos tarde, pero ahí estaba otra vez, radiante, empezamos a charlar, como si nos volviéramos a conocer, parecía que ella buscara algo en mi, hablaba siempre en pasado, todo su actitud, su forma de vestir, su opinión de las cosas, es como si hubiera subido al desván de mis recuerdos y hubiera robado aquel disfraz de mi pasado, pero ella buscaba algo imposible, volver a ese momento, ese momento en el que ella enfrentada a mí, me pide un beso, el cual niego marchándome para siempre. Hay cosas que no se pueden robar, no puedes robar acto físico en cenizas de mis recuerdos. Ella no se daba por vencida, y de tanto remover aquel recuerdo, de las cenizas salió una llama, a medida que más se movía dentro de él, la llama iba creciendo y creciendo, hasta el punto de encontrarnos en ese local, tomando una copa, cerrando los ojos, a unos poco milímetros de rozar nuestros labios, ella esboza una sonrisa, una sonrisa que lo decía todo, valió la pena.
Entonces ¿merece la pena complicarse la vida por alguien? Si ese alguien te devuelve a la vida, si ese alguien viene de tan lejos, de los más profundo y ardiente de la tierra, si ese alguien despierta tu corazón dormido, destruye aquella rutinaria sangre que pasa por tus venas, revive una llamarada potente de unas cenizas frías y agrietadas, si ese alguien ha luchado contra tus miedos, en la sombra ha eliminado todos los obstáculos de tu camino... Ahora soy yo el que va de copiloto, junto con ella, vaqueros y chupas de cuero, amándonos como si no hubiera un mañana, con esa característica chulería de cara al público, ese pasotismo, sin miedo a nada ni nadie, tomamos esa séptima curva con nuestra muerte como bebé a bordo, de pasajera, silenciosa y confiable. Mi sangre se rebeló contra mi propio corazón, la única vía por la que volvería a ponerse en marcha, una rabia, una ola de intranquilidad en sangre invadieron y despertaron el mecanismo. Con los ojos inyectados en ganas de vivir, me salvó una ladrona de recuerdos, en nombre del amor y si, si, claro que merece la pena, ahora podemos decir juntos, "Que le den al mundo, mi amor es real."


Fdo. Cuervo Blanco 






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