Morfina lacrimosa

Recuerdo perfectamente aquel día, aquella brisa marina, corrientes de frío mezcladas con un sol tímido. Recuerdo que ese día estaba cansado, demasiado cansado, debería ser el típico estrés que arrastramos aquellos que habitamos en aquella gran ciudad, parecía que aquel estrés se iba eliminando cada segundo dejando un rastro de agotamiento, como si hubiera estado lleno de aire todo este tiempo.
Observaba a la gente de mi alrededor, cada uno se buscaba la vida como podía, esos bancos llenos de vida, esos mismo bancos que son refugios en la noche para muchos. Observé con interés a una persona mayor, un hombre que había trabajado desde muy joven en la mar, tenía la mirada de alguien que luchó tanto hasta que perdió todo lo que tenía, una vida luchando destruida en unos minutos, esa esperanza que se pierde agarra la botella y se olvida de quién es, algo que en esta vida olvidamos con facilidad, quienes somos. ¿En qué momento de nuestra vida el cerebro decide cruzar unos cables, crear un cortocircuito que nos deje sin fuerzas, bloqueados y olvidemos toda una vida?
Vi a un niño jugar con un trozo de cuerda, reírse como nadie puede hacerlo, que una simple cuerda se transforme en el medio de transporte de sus imaginaciones, de sus divertidas y fantásticas imaginaciones. Parece mentira que haya personas que no sonrían, personas que miran mal, personas que sus palabras son como puñales, parece mentira que aquellas personas solo usen la boca para alimentar su podrido cuerpo ¿verdad? Supongo que cuando uno es niño es ignorante, supongo que en esta vida ser feliz conlleva ser ignorante, alejarse de todo lo que causa problemas, no ver la realidad, y taparse los oídos cuando escuchen gritos, nuestro gran castigo es que podemos ver, oír, oler, saborear y tocar, pero falta un sentido que es demasiado sentido, el sentido perdido, se llama sentir, la que hace que sintamos todo aquello que tocamos, olemos, respiramos, miramos y saboreamos.
Me apoyé en una barandilla, desconectando, escuchando el golpeo salvaje del mar contra las rocas, aquellas gaviotas volando de aquí para allá, jugando entre ellas, haciendo malabares en el aire, libres, naturalmente salvajes, como si quisieran dar envidia, pero en verdad... ¿Quién fuera libre? Tener unas alas como modo de escape, sentir esa velocidad, el aire cortándose, poder sobrevolar tantas ciudades, poder jugar con el vacío aire... El ser humano siempre ha envidiado aquellas aves, pero nunca conseguirá igualar el diseño perfecto de un ave. Por contra, esas aves no envidian nada nuestro, pues lo único que nos diferenciaba a gran escala era el sentido común, algo que se está perdiendo, y el habla cada día hiere y hunde corazones nobles.
Volar, a veces es lo que necesitamos, salir a toda prisa de una situación, marcarse un lugar donde descansar e irse, sin maletas ni medios de transporte artificiales. En fin creo que mi desintoxicación de la ciudad iba acabando pues una paz y tranquilidad inundó todo mi ser, pero en ese momento alguien venía corriendo y me golpeó, chocándose, no llegué a verle la cara. Cuando miré quién había sido, una chica con un gran vestido azul y corría descalza por las calles de aquel pueblo marino. Se le cayó una especie de pulsera, era el timón de un barco, un timón color plata sujeto a modo pulsera color azul marino. ¿Por qué corría?
La busqué con la mirada a lo lejos, pero le perdí la vista, recogí su pulsera y seguí con mi camino. Di un paseo por aquel pueblo, lleno de magia y colores. Una anciana al verme, vino apresuradamente hacia mi, preguntándome de donde había sacado esa pulsera. Me explicó que aquella pulsera era de una noble que visitaba aquel pueblo para ver a su amado ya que les separaba una larga distancia. Ella estaba locamente enamorada de aquel marinero, siempre que venía al pueblo había una fiesta. Se les veía enamorados de verdad, pero las cosas cambiaron. Cierto día ella vino sin avisar, pretendiendo dar una gran sorpresa a su amado, traía regalos para todos, y venía en un carruaje magnífico, su vestido azul daba luz al faro, brillaba como si un ángel bajara de lo más alto, era digno de ver, ella era bella por dentro y por fuera, pero cuando llegó a la casa de su amado todo cambiaría. Llegó sin avisar y entró en la casa sin llamar, toda una sorpresa, para ella, cuando entró vio a su amado acostado con otra mujer, estaban dormidos y ella simplemente salió corriendo de aquella casa, ni miró atrás. Su amado y aquella mujer nunca despertaron, dicen que su corazón le robó el latido a estos dos, haciéndose este eterno. Ella era inmortal, bella y entristecidamente eterna.
Aquella anciana me contó también que el antiguo faro llevaba inutilizado mucho tiempo, pero hay noches que se ilumina, con una luz fuerte y salvaje, capaz de iluminar el mar entero. Dicen que cuando se ilumina el faro, es ella, su luz, su vestido... se pueden escuchar sus llantos en todo el pueblo, tanto dolor y sufrimiento. La pulsera que llevaba se la regaló su amado, un timón de color plata, aquello por lo que lloraba todas las noches, el único recuerdo que le quedaba de él. Pero ¿para que querría ella seguir teniendo un recuerdo suyo? Tal vez aquel dolor y sentimiento de tristeza se hubieran convertido en su droga, su morfina lacrimosa y necesite de aquel recuerdo para sentir su efecto calmante y adormecido. Me dijo "Nadie la ha visto, hasta el día que tú llegaste, nada es casualidad, ella te dejó el señuelo, ella te vio, de seguro debes encontrar la manera de devolverle aquella pulsera, pues ella quiere algo de ti, ahora debes descubrirlo."
¿Eternidad? No creía en los cuentos, pero siempre les dí una oportunidad. Por tanto aquella noche la esperé, hasta que el faro se iluminara, esperé y esperé pero ella no aparecía, no daba señales de vida, tras varias noches así dejé de creer en viejos cuentos de aquella anciana y a la noche siguiente quise partir y volver a casa, pero aquella noche el faro se encendió, no me lo podía creer, ¿la anciana llevaría razón? Me bajé del coche y fui corriendo hacia allí. Subí las escaleras de aquel viejo faro, unas escaleras podridas y mayormente destrozadas. Allí estaba ella de espaldas, la luz que provenía de aquel vestido me cegaba, entonces aquella luz disminuyó considerablemente, entonces se giró y pude apreciar su cara. Sus ojos estaban tapados por una masa translúcida, el suelo estaba inundado por lágrimas que nos llegaba hasta el tobillo. Parecía enferma, no tenía un gamo de grasa, delgada y enferma, ¿quién era? Ella como podía y tartamudeando me pedía constantemente aquella pulsera, era cierto, era una droga. No se que se me pasaría por la cabeza en aquel momento pero rápidamente saqué un mechero que llevaba en el abrigo y prendí fuego a aquella pulsera. Ella intentó evitarlo y con violencia se abalanzó contra mi. Cuando se estaba quemando la pulsera su vestido dio un fogonazo de luz y se apagó, ella se desmayó pero su cuerpo... ya no estaba tan delgada, parece que recuperó la forma natural de su cuerpo, aquella materia translúcida se despegó de ella, pudiendo apreciar sus ojos descomunalmente diferentes, unos ojos con la mezcla de marrón y azul cielo, que creaban un color desconocido para mi, pero eran preciosos, únicos. Su corazón empezó a latir normal, un solo corazón. Me miró, me dio las gracias y asintiendo con la cabeza, saltó del faro, por aquel acantilado, me levanté corriendo y me asomé, en medio de la caída ella desapareció, nunca llegó a tocar el agua, se perdió en medio de aire.
Cuentan que nunca se fue del pueblo, pues ella amaba a sus ciudadanos, era su hogar y como fuera de la forma que fuera, nunca se iría. Dicen que nunca cayó al agua pues se convirtió en gaviota, desde aquel momento volaba tan fugaz que era un maravilla verla, jugaba con el aire, iba y volvía, libre y salvaje, como ella siempre había querido ser, lejos de barreras emocionales, lejos de infidelidades, surcar el océano y no temer cada noche. Desde aquel día creo que siempre hay algo de cierto en los cuentos, pues las fantasías encierran algo de realidad, y la realidad algo de fantasía.


Fdo. Cuervo Blanco








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