Black drops

Cuenta la leyenda que hace miles de años un hombre poderoso habitó en este planeta, temido y respetado se ganó sus galones. Dicen que tenía una mirada capaz de descongelar el corazón de un hombre, aquel que le miraba directamente a los ojos quedaba ciego. Un sabio entre sabios, un rey de reyes. Fuerte, robusto, sus brazos eran como raíces de Sarv-e Abarkuh, su tronco era como un diamante puro, sus piernas como pilares de mármol. Romano de nacimiento pero con la sangre de Vikingo. Se crió entre una familia importante de Roma, muy querido por los suyos, amado por el resto, envidiado por muchos... Cierto día un niño llamado Sextus le golpeó tan fuerte que le dejó una cicatriz en la cara para el resto de su vida. El padre de nuestro protagonista riñó seriamente a Sextus ante la mirada escondida de su padre, Numerius, un hombre de guerra muy importante en Roma. 
Aquel niño no sabía que aquel día cambiaría todo para siempre. Ordenaron ejecutar injustamente al padre del joven cuando amaneciera. Al día siguiente el niño junto a la madre presenció la ejecución del padre, no miró al suelo, en todo momento le miró a los ojos, mientras se quedaba sin aire, él le miró directamente a los ojos. No lloraba, no apartó la vista, ninguna muestra de sentimiento, nada. Nadie supo nunca lo que pasaría dentro de su cuerpo en ese momento, cuentan que tenía un don, un poder que salió a la luz en ese instante. Cuentan que por sus venas empezó a hervir la sangre, hasta convertirse en fuego. Cuando el padre respiro una última vez, al joven se le llenó los ojos de fuego literal. Un fuego con una intensa llama azul en su pupila. De sus manos salió una gran bola de fuego que se extendió por todo el cuerpo, aquel día ardió ante la mirada de asombro de los que estaban en la plaza. Se quedó completamente desnudo ya que el fuego la había desintegrado y entonces cayó inconsciente al suelo. La madre lo recogió y lo escondió en una cueva junto a un río. Abrió los ojos ante la mirada preocupante de la madre. Tras incorporarse de nuevo, la madre le dijo que recogiera rápido, se marchaban lejos de roma. Si, Numerius le estaba buscando para darle caza. 
En la ciudad se hablaba del hijo de un brujo, que equivocados estaban. La muerte de un ser querido iba mucho más allá de lo que ellos llamaban brujería. 
Marcharon pues, lo más lejos de aquel gran imperio, un sitio donde empezar de cero, olvidar. 
Germania parecía ser la mejor opción. Les quedaban 3 días para llegar a Treveri, caminaban por las montañas, atravesando los ríos, no podían para pues Roma estaba detrás de ellos. A un día de llegar por fin a Treveri, los romanos interceptaron a la madre y al hijo. Corrían y corrían pero de nada valía, les atraparon. La madre forcejeó con un militar, le escupió en la cara. A lo que esto el militar le puso su espada en el cuello. El niño luchó y luchó pero poco podía hacer ya, "Alea iacta est". El romano de una manera cruel, lenta y dolorosa, corto el cuello ante la mirada del hijo. 
La rabia le poseyó, de su mirada salió esa llama azul, de sus manos fuego. Levantándose del suelo, llamó al militar: 
"¡¿Tú, osas arrancarme de mi vida lo único que me quedaba puro y no eres capaz de mirarme a los ojos?!" A lo que el militar alzó la mirada orgulloso de su acto, le miró a los ojos y en ese momento, se secó. Cayó desplomado como si de una prenda de vestir se tratara. Su mirada evaporó todo lo que había en aquel militar. Los demás, huyeron despavoridos y el joven siguió adelante, no podía pararse a pensar en todo aquello ocurrido. 
Anduvo un largo tiempo, enfrentándose a todo tipo de especie, tanto animales como humanas. Su necesidad de alimentarse y sobrevivir le impulsaron a cazar, aprendió a ser un buen cazador, aprendió a defenderse, aprendió de la sabia naturaleza. La naturaleza le recompensaba, parecía como si algo lo protegiera, lo estuviera observando día y noche, él sabía que tenía un gran destino. Se transformó en un hombre fuerte, bárbaro, solitario, un hombre de corazón y alma puro y bondadoso. Pero aun le quedaba mucho que aprender, no sabía lo que estaba a punto de pasar.
Llegó a su destino, Saxones, al noreste del impero germano, un territorio muy desconocido para él. Al llegar al poblado, los aldeanos le temieron, nunca habían presenciado un hombre con esa mirada. En su espalda a modo de capa llevaba una gruesa piel de oso polar, su cabello era largo y negro como su barba, musculoso, poderoso, sus brazaletes estaban tomados de las ramas de un gran árbol milenario, tallado a mano y una inscripción se podía apreciar en ellos, su nombre. 
En aquella aldea solo se escuchaba el soplido del viento y los pasos de nuestro protagonista. Avanzaba hacia una guarida donde habitaban los jefes de la aldea. Llegó a la entrada de la guarida y los guardias le abrieron directamente la puerta, todo era muy raro, parecía que se anticipaban. Bajó por unas escaleras en forma de caracol hasta una gran sala, en ella una gran mesa triangular se hallaba. Dos poderosos generales del imperio germano habitaban en ella, una tercera silla, vacía. "Siéntate querido compañero, llevamos muchos años esperándote, tú, tu mirada, tienes un destino, serás capaz de gobernar el mundo, aplastarás imperios, Roma caerá ante tu mirada, quemarás todo aquello que se te cruce en el camino. Vemos que has aprendido a controlar tu mirada, estuviste practicando ¿verdad?" El joven asintió con la cabeza, les pidió que respondieran unas cuentas preguntas. ¿Por qué le estaban esperando? ¿Quién era realmente? Y respecto a su mirada, ¿Qué le ocurría? 
"Hace miles de años, el sol y la luna, se enamoraron, perdidamente, eran dos jóvenes estrellas, la luna tan fría, el sol tan abrasador. Condenados a observarse desde la lejanía durante tiempos muy largos cometieron una locura, una insensatez, quebraron el sentido del tiempo, quebraron las normas, avanzaron a marchas forzadas hasta solaparse el uno al otro. Mantuvieron un vínculo de amor, durante un corto espacio de tiempo. Aquel día un gran sol negro alumbraba lo que hoy conocemos como tierra, un sol negro que no daba ni frío ni calor, aquellas creaciones que necesitaban frío se derritieron, y aquellas que necesitaban calor, se congelaron. Desde entonces la luna fría, observa detenidamente la tierra, aquel obstáculo, nunca deja de alumbrarlo, día y noche, siempre ahí. De día su amado, el sol, observa a lo lejos a su amada, brillante hasta de día, triste y hundido, cada tarde se oculta para no recordar todo lo pasado, condenado a no tocarla nunca más lo destruía. Ambos recibieron un poder que no deseaban, un poder mucho más elevado de tal manera que si la luna acariciaba al sol, este se quedaría congelado de por vida, y si el sol acariciaba la luna, esta se secaría para siempre, ya no brillaría nunca más, un trozo de meteorito lleno de tierra y polvo. De ese vínculo que mantuvieron se formó una gota negra, una gota espesa y en su interior un bebé, tú querido joven. Tu verdadero nombre es Abiatar, tu destino está escrito, serás rey de reyes. Al caer a tierra tus "padres" te acogieron en su lecho, te enseñaron lo que hoy en día sabes, te formaron, te enseñaron a tener un corazón noble, un carácter sobresaliente, no fue casualidad que fueran ellos los que te acogieran, nunca fue nada casualidad. Sí, eres el hijo del sol y la luna.
"Respecto a tu poder, llevas la sangre de tu padre, eres fuego, eres poderoso. Y ¿por qué fuego y no hielo? Recuerda joven que el fuego amansa al frío, amansa al hielo, se apodera de él, lo derrite. El fuego es inagotable, no se rinde, el hielo tiene una fuerza limitada. Nunca te olvides de estas palabras, siémbralas en tu corazón, cree en esto, cree en ti, pues solo así podrás ser invencible, inagotable."
Aquella noche Abiatar conmocionado se retiró a dormir sin decir ni una sola palabra. Al día siguiente le estaban esperando. Le enseñaron artes de guerra, le convirtieron en un hombre de guerra. Todo rey debía haber luchado en el campo de batalla, lo mandaba la tradición para crear un rey justo, humilde, honorable. Aprendió a ser un teutón, lo que ello implica, las artes más avanzadas de la caza, aprendió a usar el arco, montó a lomos de un gran caballo gris, llamado Sleipnir. Sí un caballo mitológico, cuentan que era capaz de atravesar tierra, mar, aire y lugares donde el ser humano nunca ha podido llegar. Era capaz de ir velozmente de un extremo a otro del horizonte. Sleipnir simbolizaba los ocho vientos que soplan desde sus respectivos puntos cardinales.
A lomos de su caballo, Abiatar, aprendía rápido y su poder lo controlaba cada día mejor. Pasó de ser temido en la aldea a ser muy querido, ayudaba a los demás, se preocupaba por los niños, por los huérfanos, pobres, ancianos, familias. Se ganó un nombre, y la voz no tardó en correr por todo el imperio germano. 
Una vez entrenado para la batalla, seleccionó minuciosamente cinco jinetes que le acompañarían en aquel viaje, cinco amigos. 
"Oleg", el médico.
"Heimdal", explorador, dotado de una increíble vista y oído. 
"Axel", el robusto luchador, a sus espaldas carga con una enorme hacha forjada por acero y diamante.
"Eskol", un jinete misterioso, nadie sabe nada de su pasado, nadie sabe de donde son esas cicatrices, ni porque habla poco, callado y lúgrube.
"Vali", el arquero por excelencia, su puntería recorría el mundo, controla la velocidad, el movimiento del aire a su merced y hace de su tiro, un tiro certero. 
Cinco eran los elegidos por Abiatar, pero todavía les quedaba mucho trabajo por hacer, muchos hombres que reunir. Necesitaban un ejército ciego de rabia, hombres dispuestos a destruir aquella enfermedad llamada Roma. Poblado a poblado fueron reuniendo hombres, hombres con sed de venganza, aquellos a los que arrebataron mujer, hijos, familias enteras, hombres valientes, rectos y honorables. Tardaron más de 7 años en reunir aquel ejército, un ejército elegido con la misma precisión que sus cinco jinetes. Se unieron romanos exiliados, afectados por su propio imperio, se unieron gentes de otros lugares, egipcios, galos, hispanos, todos se unieron por primera y última vez para vencer. 
Un ejército de ciento veinte mil guerreros, armados y preparados para afrontar lo que se les opusiera. Abiatar trazó un plan perfecto, rodear Roma, conquistar su imperio, parecía fácil decirlo, pero sufrieron...perdieron muchos hombres. Britania cayó, La Galia, Hispania, Mauritania, Numidia, Cirenaica, Egipto, Turquía, Dacia, Dalmacia, Tracia, Macedonia y...Grecia. Todos ellos cayeron ante la poderosa mano de Abiatar. Perdieron quince mil hombres, grandes perdidas, grandes soldados y padres de familia. Cada vez su hambre de victoria era más fuerte, su poder era ilimitado, era el hijo del sol y la luna, todo presagiaba que sería fácil, que roma caería ante sus pies como los demás cayeron, hubo dificultades pero triunfante salía de ellas. Todo empezó cuando Grecia se rindió ante él. En aquella noche, se fue a pasear por un bosque cuya luz de luna desprendía una fulgurante imagen. Una bella mujer, de mirada inmortal, de ojos grises resplandecientes y tez blanca como la nieve. Muchos habían oído hablar de ella, pero nadie la había visto, nadie había vivido para contarlo y quien la viera, se llevó ese secreto a la tumba. Se hacía llamar Izaro, sí, Izaro, hija de las estrellas, hija de la luna. Una mujer capaz de congelar el alma de aquellos hombres con corazones ardientes. Su piel fría como un invierno de doce meses. Durante la historia Izaro cambió de aspecto, nunca era la misma dos veces, era un ser de los bosques, que merodeaban en tierra. 
Abiatar no creía lo que veía, ella era Hielo, era frío, era Luna, hija de la luna y el sol. Algo le escondieron aquellos hombres cuando le contaron su historia, su pasado, sus orígenes, algo muy importante, su hermana. Al igual que sus padres, Abiatar e Izaro no debían tocarse para que ni uno se secara ni el otro se congelara. Ella se unió a las filas siendo la única mujer de aquel ejército. Era muy poderosa, capaz de congelar los cielos, capaz de traer un invierno en el verano más cálido, capaz de dibujar en el tiempo su frío nombre.
Roma era su próximo destino, la cuna de todo mal, la salida hacia la libertad y la paz. Campamento a campamento, ciudad a ciudad, poblado a poblado fueron arrasando, solo dejaron el polvo de las rocas quebrantadas. A falta de 40 kilómetro de Roma, Izaro fue atacada en una emboscada, una noche merodeando la golpearon fuertemente en la cabeza y cayendo la secuestraron para hacerla presa de roma y sus intereses. Al día siguiente Abiatar notó su ausencia, cuando ella estaba cerca, sentía frío, cuando ella se alejaba de él, calor, ese fuego que corría por sus venas. 
La buscó en todo el campamento, a lomos de su caballo recorrió todo el gran campamento, sin resultados. Vio la sangre en el bosque, y pistas de un cuerpo que fue arrastrado, alzó la mirada y allí estaba, Roma, empezó a llorar desconsoladamente, sus lágrimas desprendían azufre puro, su grito de rabia llegó hasta las profundidades del mar, hasta el infinito espacio y su mirada se llenó de un naranja y vivo fuego. Abiatar y sus cinco jinetes avanzaron a roma, a toda prisa, sin perder tiempo se plantaron antes las puertas de aquella gran fortaleza, de aquella gran ciudad. Heimdal ya había explorado roma anteriormente, camuflándose en sus filas hasta llegar a la ciudad, exploró cada rincón, cada túnel, cada canal de alcantarillado. Era de noche, y no se veía nada, su aliado, las sombras en la noche. Aquella ciudad tenia un punto débil, el canal de alcantarillado de la parte oeste. Al ser un "inaccesible" no se tenía consideración en protegerlo por tanto entraron allí. Sabían que alomejor no vivirían para contarlo, pero ¿qué mas daba ya? Sus soldados esperaban una señal en la puerta principal, una señal que indicara que los guardias habían sido derribados y podrían entrar a la ciudad en silencio, asaltar una Roma dormida. Y lo hicieron sí, hacha en mano, Axel iba derribando romanos como si de un gigante se tratara, Vali a lo lejos disparaba flechas a diestro y siniestro, los enemigos solo escuchaban el sonido de la flecha rompiendo el viento. Eskol...Eskol con un poder asombroso, aplastaba romanos con una fuerza fuera de lo normal y oleg, médico y maestro de armas luchaba codo con codo con Abiatar. Todo de una forma muy silenciosa, golpes silencioso y certeros, la estrategia controlaba la rabia de Abiatar. 
Mientras Izaro se hallaba en un gran horno, a temperaturas experimentales para los romanos ya que no se habían alcanzado nunca. Su frío no podía aguantar demasiado tanto calor y se iba consumiendo. Le vigilaban cincuenta soldados especialmente entrenados si caía Roma, ella debía caer con ella, ese sería su punto fuerte. 
Dieron la señal y su ejército asalto aquella ciudad en silencio, casa por casa, fueron destruyendo todo, pero un grito a lo lejos le llamó la atención a nuestro joven protagonista. Era Numerius, aquel hombre que mató a su familia sin piedad, se reía de Abiatar y le decía que allí encontraría a su hermana...sin vida. Apresuradamente se dirigió hacia aquella sala, derribando la gran puerta, se encontró con cincuenta hombres de ropas extrañas, Roma había oído hablar de su grandioso poder, pero para Él era una historia para asustar, un cuento, lo cierto es que hombre tras hombre fue cayendo, es lógico que cayeron mas difícilmente ya que fueron entrenados precisamente, pero cayeron a filo de su espada. Numerius asustado huyó, se escondió por la ciudad, huyó a las mazmorras, se hizo pasar por esclavo romano, por un pobre encarcelado, vestido con ropas rotas y sucias se encerró allí y tiró la llave lo más lejos posible. Abiatar no quiso perseguirlo pues no sabía el estado en el que estaba su hermana. Cuando abrió aquel horno, allí estaba, respiraba como podía, lloraba sangre y aquel frío abandonaba su cuerpo, le quedaba dos alientos de vida. Él entró allí, el fuego nada le podía hacer, ningún daño y agarrándola fuerte se la llevó de aquel lugar. 
Vali "rescató" a Numerius y lo sacó afuera con el resto de la gente. Mientras Abiatar y su hermana fueron a un pequeño jardín con una pequeña charca y allí dentro el frío de aquel agua robó todo el fuego de Izaro devolviendo su poder y su vida. Vali salió al encuentro de los dos y por detrás aquel malvado hombre le robó el arco, sin bondad, disparó una flecha en el profundo e inquebrantable corazón de Abiatar. La flecha produjo una grieta en el cuerpo de este, dejando que el fuego saliera, se escapara para no volver. Eskol derribó a Numerius pero ya era tarde, una vez quebrada la herida, poco tiempo le quedaba. Izaro sabiendo lo que le quedaba, se fundió en un abrazo con su hermano, un abrazo largo, un abrazo que nunca se olvidará, será contado por todos, de generación en generación. Sintió su calor, y él sintió su extremo frío, poco a poco sus poderes perdían fuerza, intensidad, los dos se secaban como un árbol marchito, se secaron y quedaron plasmados en estatuas, estatuas negras, que desprendían una luz oscura, eran las gotas negras, las dos gotas negras, aquel líquido especial que corría por sus venas, sus orígenes, fuego y hielo. 
Un imperio cayó ante el poder de dos estrellas, un imperio forjado con mentiras, muertes injustas, dolor, miedo, fue derribado por el corazón de unos pocos hombres valientes. Se creó un estado de paz y tranquilidad que perduró por muchos años. El hombre es capaz de hacer el mal más grave y el bien más grandioso. 
Respecto a Izaro...era un ser del bosque, inmortal, que siguió merodeando triste y desconsoladamente por los bosques hasta encontrar aquello que tanto anhelaba, una media luna. 




Fdo. Cuervo Blanco

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