Separación
Aquel día lo entendí todo. El día llamado separación. El momento más duro y doloroso de mi vida, el momento en el que el vacío se apodera de ti y lo infecta todo de oscuridad, empieza en la mente, baja hasta los pulmones y te deja sin oxígeno. Tu espalda se encorva como si quisiera caerse al suelo y tus hombros parecen decir “perdimos”. Tus pasos dejan de ser tan firmes y se sienten más “arrastrados”. Tus piernas tiemblan en ciertas situaciones donde crees que no eres capaz de dar ese paso porque no eres lo suficiente. Tu estómago ya no saborea la comida, ya no hay mariposas en el y solo un pequeño volcán que devora comida. Tus gestos indican constantemente que ya no importa, que ya es tarde. Tus ojos vidriosos suplican ayuda y la gente piensa que eres de hierro, pero cuando abres tu corazón hay lágrimas dando la vez para saltar por aquel trampolín. Porque tienes tanto que decir, que hay un efecto embudo que te impide sacarlo. Porque no eres de hierro, eres de carne y hueso y la vida no fue aquello que nos vendieron en los cuentos, muerte, traición, desafecto donde hubo amor, frialdad, aislamiento.
Por suerte tengo un corazón que nunca deja de latir, que piensa por si mismo. Que vive en una intensidad muy alta, donde pocos pueden llegar y menos entenderlo. Cuando ama, se expande tanto como el mismísimo universo. Cuando ríe, ni la bomba del Zar. Cuando sufre, ni el tsunami de Lituya. Cuando se enfada, ni el Monte Vesubio. Cuando está nervioso, ni el terremoto de Valdivia. Cuando está triste, ni TON 618.
Pero aquel día, el corazón tuvo que separarse de una lógica que venía a destruir, de un pensamiento oscuro e invasivo. Destruyó todos los puentes que llevaban a la mente. Porque esa mente estaba tan infectada por el dolor y la tristeza que lo único que había era dejar hueco todos los órganos de este cuerpo. A esa infección la llamaban “Vacío”.
Y el tratamiento se llamaba “separación”.
El corazón tenía una estrategia, iba a llevar años, pero sabía que podía hacerlo. Porque jamás dio por perdida a la mente.
Empezó por las piernas. Le llevó a sitios donde no quería estar pero debía estar para sanar. Cosas que nunca hacía por siempre estaba “cansada” (la mente). Al lado de personas que le insuflaban oxígeno y aire fresco a sus pulmones. Personas que eran capaces de ver unos ojos pidiendo ayuda y ofreciéndosela. Personas que le cambiaban el agua salada por agua dulce de una risa a carcajadas. Personas que se apoyan en tus hombros caídos para que los levantes y se sientan cómodos. Que ven tus gestos y te dan la mano diciéndote “nunca es demasiado tarde, siempre hay esperanza”. Personas que no ponen tiritas, ni reparan con piezas, simplemente abrazan las heridas y las cierran por completo. Que te hacen volver a poner recta la espalda y decir, yo valgo, soy suficiente y siempre lo he sido. Tan recta que sientes que puedes volar por un momento. Porque en ese momento eres capaz de ver y sentir la grandeza que llevas dentro. Personas que devuelven ese apetito Gourmet a tu estómago y hacen que florezca de nuevo vida dentro de ti, mariposas aleteando por tu interior, tan llenas de vida que te hacen cosquillas.
Y entonces la niebla del vacío desaparece de la mente, y se vuelve bosque, pero no un bosque normal, un bosque tropical, con el primer rayo de luz que se deja entrever entre tantos árboles y la mente vuelve a respirar el aire puro de esa selva. Escucha nuevamente el canto de un ruiseñor, el golpeo de un pájaro carpintero, el graznido de un cuervo y de las demás aves que se suman a este coro. Y sientes paz, una paz que querías conseguir a base de conquistas, a base de guerra, pero la paz se halla en lugares tranquilos, en mentes sabias y corazones puros.
Ahora si, construyamos un puente entre el corazón y la mente. Pero un puente donde cada pensamiento que baje al corazón sea suavizado como si de un filtro se tratara, donde el único lenguaje que se hable sea la calma y el amor.
“Separación” funcionó.
“Unión” está en obras.
Y cuando el corazón está feliz, ni el puente de Danyang-Kushan es tan largo como mi sonrisa. Ni se compara la aurora boreal con el juego de luces que habita en mi iris.
Entonces ocurre, ya se habían sentado a comer muerte, tristeza y ansiedad, pero un ser bondadoso y con mucha fuerza les sacó de esta mesa donde estoy comiendo llamada vida. Aquel ser se hacía llamar Felicidad y venía con varios amigos. Entró un segundo con una ropa gris clara y en su rostro la mayor calma. Se llamaba Paz. Y un tercero más, con ropa de color verde pastel, me miró a los ojos y tocándome el hombro, sonrió. Se llamaba esperanza.
Se sentaron a comer conmigo, y desde entonces las comidas, los pensamientos, las ideas, las metas y objetivos, pasaron de ser niebla oscura, a luz y vida.
Y fui feliz, y soy feliz.
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