Cenizas

Desde que era niño lo supe, intentaba callarlo pero siempre supe que algún día llegaría este día. 

He nadado en el fango, me he arrastrado en el barro durante tanto tiempo que mis huesos se humedecieron. He atravesado mil montañas tan altas como el ego del ser humano, he explorado el inframundo de un alma perdida, he bajado al mismo infierno para apagar las brasas que incendiaban mi mente. Y con todo, jamás dejé que la oscuridad se apoderara de mi. 

Pero esta noche, esta noche es más oscura que nunca. Siento como si el corazón estuviera poseído por un ser malvado. Noto como la tinta ennegrece mi corazón. Noto como se infecta mi mente. El dolor de la traición da lugar al odio, algo que no pertenecía a mi cuerpo. El odio infecta cada gota de sangre, cada impulso eléctrico. 

Cuando eres pequeño tus colores favoritos suelen ser el rojo, azul, verde... cualquier color menos el negro. También eres bueno con los demás, aunque se metan contigo y te peguen, aunque te dejen en ridículo, tu sigues siendo bueno con los demás aunque la columna vertebral de tu alma esté rota, tú sigues adelante con una sonrisa. 

Pero pasan los años y ya no puedes seguir ocultando tu dolor. Entonces es cuando te disfrazas, te pones una máscara y juras no volver a ser esa persona que eras, juras ser ahora el malo. Te vuelves intocable, te haces respetar, tal vez hagas daño con tus acciones a las personas, pero piensas, "yo no soy esta persona, es una máscara, yo soy bueno". Pasa el tiempo y te das cuenta de que aquel disfraz ahora es tu personalidad, ya no eres la anterior persona. Ahora intentas arrancártelo pero duele, está tan adherido a tu alma que si lo arrancas te matarías. Aquí es cuando tomas la decisión de educar a tu nuevo yo. Es muy duro, hay partes del corazón que todavía están dormidas, hay zonas que, incluso, han muerto. Ya no eres el mismo chico cariñoso, se te ha olvidado dar abrazos a las personas que más quieres, se te ha olvidado decir te quiero, se te ha olvidado ser aquel niño que eras. 

Con los años, consigues arrancarte la máscara pero no el resto del disfraz. Sigue pasando el tiempo y neutralizas los efectos del disfraz. 

Llega la esperanza, vuelves a ser tú, aunque no al cien por cien, pero sabes que vas por buen camino. A pesar de haber sufrido puñaladas en el camino, sigues escalando hacia la mejor versión de ti mismo, da igual cuantas piedras te tiren, sigues remontando, da igual los cuchillos que te lancen, sigues escalando, da igual cuantas cuerdas te corten, sigues subiendo. 

Pero cuando estás a punto de tocar la cima, notas un terremoto, un gran terremoto. No te están atacando a ti esta vez, atacan la montaña que escalabas. La revientan, la hacen estallar de tal manera que lo que antes era una roca grande y fuerte, ahora es polvo. 

Te duele tanto... toda la vida sufriendo... ¿y ahora qué?

Entonces escuchas una voz que creías muerta decirte, "Ahora nosotros". 

Exacto, el odio despierta al disfraz, el dolor resucita a la máscara y juntos emprenden una guerra civil en tu interior, arrasan a su paso, esta vez con más fuerza, con más energías. Destruyen sentimientos, invitan al miedo para que sea el nuevo guardián del corazón, pues este jamás dejará que confíe en nadie, jamás dejará que se enamore de nadie. Su plan es aislarlo, convertirlo en el perfecto villano. 

Y así es como "nacen" las personas malas. 

Siempre me gustaron los malos, porque eran personas buenas, de noble corazón. Pero todo el dolor que les hicieron pasar lo transformaron en maldad. Al final son personas buenas, con una máscara, pero detrás de ese disfraz siguen siendo buenas. Siempre me gustó ver el corazón en los demás, aunque eso significara arriesgar el mío propio. 

Pero siempre fui diferente al resto. De niño soñaba con ser algún día malvado, porque pensaba que así me respetarían y dejarían de meterse conmigo o pegarme. Pero cuando superas esa etapa, viene "la vida" y te golpea tan fuerte que te deja sin respiración, luchas sin oxígeno y te golpea más y más. 

Aprendes que hay niños que te pegarán en el colegio, que la vida también te va a golpear y que los amigos intentarán apuñalarte por la espalda. 

Cuando estás a punto de echar tu último aliento te das cuenta de una cosa. No vale de nada pelear, no sirve de nada devolver un puñetazo, no es práctico tener ojos en la espalda. Si quieres derrocar a la vida, si quieres darle con todas tus fuerzas, usa el perdón. Si, perdona, perdona a quienes te hagan daño, a quienes te lo vayan a hacer, da igual que sea injusto, da igual que estés en el derecho, perdona. Si no puedes subir ya esa montaña, cambia de montaña. Si tienes que volver a tocar fondo, incluso si te tienen que matar para volver a resucitar como alguien nuevo, sal ahí fuera sin chaleco anti-balas. Sal con tu máscara y tu disfraz, y deja que el resto se encargue de ellos. 

Ahora descansa, mañana tendrás que escalar una nueva montaña y serás tú solo contra los desafíos, sin máscaras ni disfraces que ocupen espacio en tu pesada carga. Te aseguro hijo que llegarás tan alto que aquel que intente taparte se sentirá ridículo al pretender ocultar el sol con el dedo de una mano. Serás una maldita supernova. Da igual a la altura que estés, lo importante es que te agarres firme a tu montaña, no te sueltes de ella, yo me encargo de que nadie vuelva a destruirla. 

Atentamente tu querido amigo al que llamas Cerebro. 


Firmado Cuervo Blanco


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